Como esta de moda escribir novelas, ahi va un fragmento de una mia
Que os guste:
Las pedaladas de la bicicleta ahogaban los sonidos de la calle, aunque a aquellas horas el adoquinado se hallaba solitario, no se acertaba a escuchar ni los débiles sonidos que emitían coches perdidos en aquella noche. Las luces de las casas ya extenuaban y el camino de vuelta a casa se hacía cada vez más prolongado, como si cada metro recorrido se añadiera a la distancia que le quedaba por transitar. Hacia viento y cada vez le costaba más avanzar hacia delante, la corriente elevaba el pelo de aquella chica despejándole la cara mientras algunas hojas secas, propias de la estación en la que se encontraban, volaban a su alrededor, envolviendo al vehículo y a su guía.
La joven estaba molesta y descargaba la impotencia que sentía contra los pedales de su bicicleta, aumentando la velocidad. Parecía que aquel día era diferente a todos además: el nuevo instituto, los nuevos compañeros, nuevas preocupaciones al fin y al cabo. Mientras pensaba en ello un felino se cruzó en su camino, que ya se tornaba pedregoso, dejando atrás el asfalto y los chalets. Tenía un pelaje oscuro, y los ojos de un color ambarino intenso, la mirada del gato fue la razón por la que la chica percibió la presencia del animal, ya que su color lo hacía casi invisible con tan poca luz, fugaz ,pero inteligente. Al frenar, la bici derrapó por el asfalto esquivando al animal, que, inmóvil en el mismo lugar en el que lo encontró, observaba el accidente. La chica cayó al suelo acompañando a la bicicleta, y el carcaj que llevaba a hombro derecho se abrió, dejando esparcidas por el suelo varias flechas de madera junto al arco que anteriormente había sostenido al lado de las mismas.
-Mierda…-masculló por lo bajo.
Se levantó sujetándose el brazo derecho con el contrario, ya que parecía que se lo había dislocado además de haberse hecho una rozadura causada por la caída, y mientras recogía sus pertenencias advirtió que el gato permanecía impasible mirándola.
Aquello la asustó durante un instante, pero decidió no pensar en ello y siguió recogiendo mientras sentía como la atravesaba por dentro la mirada del animal. Decidió que cuando acabara, dejaría la bicicleta allí, sin ni siquiera pensar que podría pasarle, y se iría a casa andando, no quedaban más de 200 metros para llegar.
Al terminar quiso levantar la bici para atarla, la cogió por el manillar dejando de nuevo sus cosas en el suelo y entonces advirtió que el gato ya no se encontraba allí. No había notado el momento en que el animal había abandonado su posición, pero se alegro de que hubiese desaparecido esa extraña presencia que había notado cuando el gato estaba allí. La levantó con desgana y la dejó apoyada sobre el árbol que tenía más cerca. Con cuidado de no hacerse más daño en el brazo, intentó atarla, pero al ver que no podía mover el brazo derecho se rindió y la dejó caer sobre la corteza de la planta. Volvió a recoger su arco del suelo y se lo colgó del hombro izquierdo junto con el carcaj mientras andaba.
El edificio al que se dirigía era algo antiguo, una verja que ya contaba con largos años de experiencia le daba la bienvenida, amparada por la enorme extensión de una enredadera que llevaba viviendo allí desde hace mucho tiempo. La vegetación se aliaba con la noche y le daba a la casa un aire siniestro y lúgubre, que contrapuesto con la escasa luz que conseguía escapar del lugar semejaban el crepúsculo que había tenido lugar hace apenas unas horas.
Las ventanas, algunas aún tabladas, sucias y llenas de polvo, crujían de vez en cuando debido a la impetuosa fuerza del viento, que arremetía una y otra vez contra la estructura de la vivienda. Los cimientos sufrían cada sacudida, era bastante antigua, construida hace más de veinte lustros. Anteriormente había sido la mayor casa del condado, siendo la envidia de sus vecinas y de los que habitaban en ellas, pero ahora la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada y las tejas, rotas o desaparecidas del tejado, dejaban ver un acabado de madera algo desgastado y numerosas agrupaciones de musgos nacientes.
Acaban de heredarla a la muerte de su abuela materna, acontecimiento que no supuso tristeza alguna en ella, ya que no la había conocido muy a fondo, vagamente recordaba haber ido a visitarla en los veranos de su niñez, hacía ya mucho tiempo. Con el calor de la estación casi nunca podía salir a jugar al arrollo cercano, encerrada en la gran vivienda tardes enteras, mientras la fallecida le relataba historias fantásticas, de cuentos de hadas. Solía repetir mucho una misma historia, a su parecer la más inverosímil:
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